Unas pequeñas construcciones en lona, con un palo en el medio, un cierre bastante dudoso, y una utilidad, hoy en día, al menos, cuestionable. Pero aún así, Gijón no sería lo mismo sin sus casetas de playa, un emblema de la ciudad con casi dos siglos de historia. Utilizadas ya por primera vez antes de 1840, en la actualidad no hay fotografía de San Lorenzo más característica que la de estas casetas de rayas de colores con el Cantábrico y la iglesia de San Pedro al fondo. ¿Quieres conocer su historia? Te la contamos.
Las primeras casetas de playa en Gijón
La playa de Pando, que desapareció bajo los astilleros a finales del siglo XIX, era la utilizada para el ocio de los gijoneses por aquel entonces. Y fue precisamente en ella donde aparecieron las primeras casetas. En un primer momento de lienzo, desde 1860 ya pasaron a construirse de madera y móviles, para que fueran acercadas hasta la orilla tiradas por caballerías. Eran construcciones cuadradas, con superficie para acoger a cuatro personas, con perchas, un espejo, un estante y dos depósitos para lavarse tras el baño.
La actividad playera no tardó en trasladarse a San Lorenzo, y en 1875 también llegaron a ella las casetas. La construcción de balnearios en Gijón hizo que convivieran en el arenal casetas públicas y privadas, pero tras su destrucción en 1936, las coloridas casetas de playa cobraron aún más protagonismo.
Un Gijón muy Real
La villa de Jovellanos fue, desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, una referencia turística. San Sebastián, Santander y Gijón eran los enclaves favoritos para disfrutar del mar. De hecho, se dice que en 1930 llegaban más de 40.000 bañistas a la playa de San Lorenzo. Pero entre todos, hubo una especialmente importante.
En 1858, dos años después de la inauguración del ferrocarril de Langreo, la reina Isabel II pasó diecinueve días del mes de agosto en Gijón. Hospedada con su corte en el palacio de los marqueses de San Esteban -hoy de Revillagigedo-, aprovechó su estancia en Gijón para tomarse los famosos baños de ola en la playa de Pando Y lo hizo, como no podía ser de otra forma, con su propia caseta.
Construida por el ingeniero de Marina Nava, tenía varias estancias decoradas con gran lujo y rico mobiliario. Su estructura se sustentaba sobre un juego de ruedas de ferrocarril acopladas a unos raíles que permitían su deslizamiento hasta el mar, y alejaban así a la reina de las miradas curiosas del público.
Concebidas en sus inicios como un pudoroso vestuario, enseguida se convirtieron e un verdadero club social, un punto de encuentro diario y soleado que reúne familias, amigos y vecinos. Casi 200 años después, Gijón ya no se entiende sin la imagen de estas casetas.
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